sábado, 28 de enero de 2017

INVESTIGANDO


Es curioso cómo cambia la perspectiva del adulto si tratamos de mirar con los ojos de los niños.
Cualquier cosa les provoca, les interroga, se sienten empujados a probar, a conocer.

Estaría bien que nos contagiásemos un poco de sus sentidos, a veces atrofiados en nosotros,
como nos cuenta G. Rodari en su poema La oreja verde...

Un día, en el expreso Soria-Monteverde, 
vi subir a un hombre con una oreja verde. 

Ya joven no era, sino maduro parecía, 
salvo la oreja, que verde seguía. 

Me cambié de sitio para estar a su lado 
y observar el fenómeno bien mirado. 

Le dije: Señor, usted tiene ya cierta edad; 
dígame, esa oreja verde, ¿le es de alguna utilidad? 

Me contestó amablemente: Yo ya soy persona vieja, 
pues de joven solo tengo esta oreja. 

Es una oreja de niño que me sirve para oír 
cosas que los adultos nunca se paran a sentir: 

oigo lo que los árboles dicen, lo que los pájaros cantan, 
las piedras, los ríos y las nubes que pasan. 

Así habló el señor de la oreja verde 
aquel día, en el expreso Soria-Monteverde.


(Italia, 1920/1980







No hay comentarios:

Publicar un comentario