Es demasiado habitual la queja de muchas familias con respecto a la falta de atención de sus hijos, el poco tiempo que permanecen en una misma actividad -a excepción de la televisión- y la frase generalizada de "no para". El movimiento a esta edad es sano, natural y muy necesario, pero con un cierto sentido. Me refiero a los juegos que se establecen entre niños y niñas en que representan roles -bebés, cocinitas, médicos- o construyen, crean, hacen y deshacen, inventan, imaginan, trepan, saltan...
Sin embargo, a veces nos encontramos con un juego descontrolado, niños que van de una actividad a otra sin permanecer el tiempo suficiente en ninguna para poder llamarlo así -juego-, sin establecer relaciones medianamente sólidas -en el caso de situaciones de grupo- o aburridos al poco tiempo de comenzar -en casa, normalmente, sacando todo y no atendiendo a nada, con la consiguiente dificultad para conseguir que luego recojan, y la desesperación de los padres-.
Me pregunto si no será, tal vez, un exceso de estímulos con los que los adultos les abrumamos desde todas partes, allá donde están: los programas televisivos, las pantallas de ordenador y demás artefactos -Wii, Nintendo, Play Station...- los regalitos que ofrecen las cadenas comerciales -McDonalds...- y la enorme cantidad de juguetes que normalmente poseen allá donde vayan ( incluida la escuela...).
Hace pocos días comentábamos la infancia de nuestros abuelos, quizá más pobre en medios, pero mucho más rica en imaginación. No les quedaba otro remedio, pero sus recuerdos son fantásticos.
Me gustaría dejar estas líneas para la reflexión de todos, padres y madres, maestros que andamos en esto de educar, en un intento de ofrecerles lo mejor para ayudarles a crecer.
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