Los seres humanos estamos dotados de distintos mecanismos para mostrar nuestras emociones: la risa, la sonrisa, la carcajada, el gesto hosco, las lágrimas, el llanto... En los adultos, las dos últimas raramente se expresan -casi nunca en público-, a no ser ante una situación especialmente emotiva.
Pero para los niños, la cosa es diferente, para ellos es tan normal el llanto como la risa. El llanto puede estar motivado por sensaciones físicas desagradables (sueño, hambre, frío, dolor...) o por razones emocionales (miedo, inquietud, angustia...). Sin embargo, en no pocas ocasiones el niño utiliza las lágrimas como recurso para obtener algo que desea o cree que puede conseguir, sobre todo de sus figuras de apego (madre, habitualmente, y también padre, abuelos...). Es fácil que el adulto se sienta desorientado y deseoso de cortar como sea con esa situación: ofreciéndole en el momento lo que pide o, si esto no es posible, abriendo un debate - a menudo estéril- de razonamientos con el niño que no suele resolver la situación, e incluso a veces la agudiza.
En estas ocasiones, es recomendable hablarle con cariño pero con firmeza, transmitiéndole seguridad.
Esto ayudará a nuestros hijos a enfrentarse cada día a los pequeños retos -siempre a su medida- que le acompañarán en su crecimiento.
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