Desde el inicio de la humanidad consciente, el ser humano se enfrenta a miedos reales e irreales: el miedo al ataque, a lo desconocido, a las tormentas, la oscuridad... Las personas adultas somos capaces de racionalizar y gestionar estos miedos atávicos; no así los niños.
A través de los cuentos, marionetas, teatralizaciones... proporcionamos una salida a sus preocupaciones y angustias, dándoles forma de algo ficticio y cerrándolas con un final feliz, que se repite cada vez ("y colorín colorado...") en el que la bondad siempre triunfa, y les aporta alivio y seguridad.
Es importante no ridiculizarles, acompañarles y darles la tranquilidad de que estaremos ahí, a su lado, para que vean que lo que sienten, aunque muy real en su interior, no está pasando. Y que siempre van a tenernos para ayudarles a crecer.
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