Una conversación reciente me hace reflexionar sobre qué idea tenemos de escuela, tanto familias como profesorado. O cuando menos, qué pensamos que es lo fundamental en ese lugar al que enviamos a nuestros hijos e hijas cada día.
Puedo entender que nuestros mayores depositaran toda su confianza en los saberes que poseía -a veces parecía que en exclusiva- el señor maestro, porque ahí era donde se recibían conocimientos y destrezas necesarios básicos para salir adelante en la vida.
Hoy, afortunadamente, no es así.
Los expertos dicen que cerca del 75% de las profesiones del futuro no existen en la actualidad.
Muchas de las cosas que hoy se enseñan quedarán desfasadas en cuestión de años. Por eso, el punto de mira de la educación hay que enfocarlo hacia aprendizajes competenciales, que sean útiles en diferentes ámbitos. Desarrollar la creatividad, fomentar el trabajo en equipo, tener una mente abierta... por ahí va.
En la era de las nuevas tecnologías, los saberes académicos se pueden encontrar en cualquier ordenador; quien tenga un mínimo de curiosidad accederá a cientos de plataformas para aprender cosas tan diversas que van desde cómo hacer unas alcachofas con almejas dignas de Argiñano, hasta el alfabeto cirílico. Porque en internet está todo.
¿Todo?
El contacto humano es imprescindible para sobrevivir. Respeto, ecología, diversidad, aprendizaje en las pequeñas frustraciones, logros en la autonomía de cada niño y niña, lágrimas, risas... Canciones en el grupo, bailes, abrazos, miradas, amor a la lectura, investigación de pequeños proyectos, cómo nace la mariposa de esos puntitos que antes eran huevos, el caracol que un día se arrastró dejando su baba por nuestra pizarra, la rodilla que con tanto amor curó Manolo...
Eso es lo que se aprende en la escuela.
A partir de ahí... lo demás.
Ojalá que pronto recuperemos estos momentos.
Mientras tanto, aprovechemos al máximo la cercanía de nuestros peques. Esta es la parte buena.
¿Verdad?
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